Un artículo publicado recientemente en la revista Cell ha causado el efecto de una bomba. Su autor demuestra que nuestras capacidades intelectuales van a decaer en el futuro, a causa de una acumulación de mutaciones desfavorables en las zonas de nuestro ADN que regulan nuestra organización cerebral. De hecho, dos tendencias contradictorias entran en juego. La primera es positiva: el mestizaje de la especie humana permite la mezcla (portadora de innovaciones biológicas) de las variantes genéticas. En efecto, la especie humana se separó hace 75.000 años en diferentes grupos que han experimentado variaciones genéticas. La mezcla actual permite un encuentro genético entre las distintas ramas que se había separado antes de los transportes modernos.
La segunda tendencia es mucho más inquietante y contrarresta la primera. Las variantes genéticas desfavorables se acumulan en el genoma humano. Esta acumulación reciente es ya perpectible: un estudio publicado en la revista Nature a finales de noviembre del 2012 revela que el 80% de las variantes genéticas deletéreas en la especie humana han aparecido sólo hace unos 5.000 o 10.000 años.
En cada generación, 70 bases químicas de nuestro ADN son mal recopiadas por la maquinaria celular en el momento de la fabricación de los espermatozoides y de los óvulos. Estos errores de copia son los intersticios en los cuales nace el cambio. Si la tasa de error fuera nulo, ninguna evolución de las especies hubiera tenido lugar, ¡y seguiríamos siendo bacterias! Siendo que las mutaciones negativas son eliminadas por la selección natural, los genomas concernidos no se transmitirían, ya que su propietario no alacanzaría la edad de reproducción.
Al haber hecho emerger nuestro cerebro, la evolución darwiniana ha creado al mismo tiempo las condiciones de su propia erradicación: hemos suavizado considerablemente los rigores de la selección al organizarnos en sociedades humanas solidarias. El derrumbe de la mortandad infantil es la traducción de esa menor presión selectiva. Esta alcanzaba cerca del 20% de los niños en el siglo XVII, y sólo el 0,3% hoy. Muchos niños que sobreviven actualmente no habrían llegado a la edad de reproducción en tiempos más severos. La selección conduce finalmente a suprimirse a si misma: ya no hay eliminación de los individuos que tienen capacidades cognitivas deficientes.
La medicina, la cultura, la pedagogía compensarán esta degradación, durante algún tiempo. Pero nuestro patrimonio genético se irá degradando continuamente sin selección darwiniana. ¿Esto quiere decir que nuestros descendientes serán retrasados mentales de aquí a unos siglos o unos milenios? ¡Claro que no! Las biotecnologías compensarán estas evoluciones mortíferas.
A corto plazo, la secuenciación del ADN del futuro bebé es revolucionario. Es posible realizar un balance genómico completo del feto a partir de una toma de sangre en la futura madre. Esta técnica va a extender el campo de la eugenesia intelectual, que el Estado ya promueve con los análisis para detectar la trisomía 21 (el 97% de los trisómicos detectados son abortados). A partir del 2025, las terapias génicas nos permitirán corregir nuestro funcionamiento cerebral. El fin de la selección darwiniana nos llevará a practicar una ingeniería genética de nuestro cerebro que podría conmocionar nuestro porvenir.
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