Como si de una historia de terror se tratara, los Bates se mudaron a su casa de ensueño sin saber la pesadilla que les aguardaba en su interior. Esta familia de tres (padre, madre y un niño pequeño) encontró en 2007 una casa en Suquamish, Washington, al norte de Estados Unidos, que les venía como anillo al dedo. Costaba 235.000 dólares y olía un poco raro, pero una inspección de sanidad les avisó de que no habían detectado nada en especial. Así que la compraron y se instalaron, con la ilusión de quien cambia a un domicilio mejor.
Entonces empezaron los problemas.
Primero fue Tyler, el hijo de siete años que entonces tendría unos cuatro. De estar perfectamente sano, pasó a tener problemas respiratorios que los médicos no sabían explicar. Algo tendría que haber cambiado en su vida, aducían, para que su salud hubiera empeorado. Pero el único cambio había sido la pluscuamperfecta casa y eso, claro, no podía ser.
La siguiente fue la mujer, Jessie: empezaron a aparecerle sarpullidos en la piel, también sin explicación médica. De nuevo, la casa apareció como principal sospechosa. Pero, ¿qué tipo de fantasma habita en una casa que no esté en una novela de terror que quiere que sus inquilinos enfermen? Pero, por otro lado, acababan de tener otro hijo y no querían poner en peligro su salud.
Tuvo que ser un vecino quien se lo explicara: no es que la vivienda cumpliera con el tópico del cine de miedo de la residencia ideal construida sobre un cementerio y embrujada por sus espíritus, como El resplandor o Poltergeist: es que antes de que ellos se mudaran había cobijado un laboratorio clandestino para fabricar drogas caseras, en particular metanfetamina (más popularmente conocida como meth). Los elementos químicos que conforman esta droga son altamente tóxicos, y, al cocinarse, tienden a evaporarse e instalarse en las paredes.
"Estábamos furiosos de que nadie nos lo dijera", ha dicho Jessie. "Vamos a estar 20 años recuperándonos económicamente de esto". Porque, ¿cómo se vuelve a vender una casa encantada por sustancias tóxicas? "Estas sustancias son altamente nocivas para la salud", explica Dawn Dearden, de la Agencia Antidroga de Estados Unidos. "Cuando esos elementos se evaporan o se tiran por el desagüe o al jardín, crean un entorno altamente tóxico que puede crear infinidad de problemas".
Los Bates quisieron confirmar que esto era lo que les estaba pasado y, como si se tratara del desenlace de su particular película de terror, cogieron un martillo y empezaron el contraataque. Empezaron a tirar paredes y suelos del dormitorio principal y, efectivamente, encontraron manchas de tintura de yodo e incluso heces humanas bajo los suelos. En aquella época, el estado de Washington aún no había regulado si se debía o no avisar a un inquilino de que en esa casa se solía cocinar metanfetaminas: ahora ellos tendrían que avisar al siguiente. Y, por supuesto, bajar el precio.
Pero los Bates decidieron plantarle cara a la situación. Consultaron cuánto costaría reparar la casa: 90.000 dólares, les dijeron. Demasiado. Pasaron al plan B: derribarla por completo y construir una totalmente nueva, hecha de su mano. "Va a ser nuestra casa para la enternidad", anuncia Jessie, usando involuntariamente otra socorrida frase del cine de casas encantadas. "Nunca vamos a irnos de aquí".
Fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario